19 de abril de 2024

La Feria: Más correas

Sr. López / GMx

A solicitud de admirada e inmerecida admiradora, va esta Feria:

Los dedicados a la política en general, tienen varias cosas en común aunque sea en diferente grado. Una es el “síndrome Pepina”. Explico:

La prima Pepina, era de cara normal, pero de cuerpo, una bomba de neutrones (y bailaba muy bonito), y encima, tenía un criterio amplísimo en materia del fomento de las relaciones sociales mediante el intercambio lúdico de fluidos corporales. Se casó con un señor que tuvo la prudencia de morir pronto. Pepina lo lloró el tiempo mínimo requerido para no quedar como una arpía y se reincorporó a sus actividades sicalípticas, con mayor entusiasmo, si cabía. Cabía.

Así las cosas, en grado de síndrome, creía que su afición a la gimnasia extrema en pareja, era algo de su exclusivo conocimiento, como se supone debe ser (en especial lo relativo a la intimidad), pero contra el deber ser, está la dura realidad: los caballeros sí tienen memoria, algunos no son caballeros… y las damas también cuentan.

Ya peligrosamente cercana a los 40 de edad, le entró una como ansiedad por volver a tener marido y se lamentaba con este junta palabras de que los hombres sólo la buscaban “para eso”, cosa lógica si bien se mira, pues “eso” era su principal afición y especialidad (y además, para no andar con trapitos calientes: ella los buscaba “para eso”). Insinuó este López con la delicadeza debida, el motivo de su situación y muy indignada dijo: -“¡De mí, nadie tiene nada que decir!” -¡ay!, el amor, el dinero y lo güila, no se pueden ocultar, pensó este menda.

No todas, pero sí la mayoría de las personas del mundo del poder, comparten el síndrome Pepina, aplicado a su desempeño como gobernantes y a su vida privada: parecen creer que la verdad nunca los alcanzará, pero de alguna extraña manera, el pueblo siempre sabe qué se cuece en las cacerolas de quienes lo gobiernan. En esos menesteres nunca ha habido un ladrón con fama de honesto; un frívolo con prestigio de sensato; ni un soberbio con fama de humilde (por ejemplo: nadie piensa agregar la vida del C.Anaya como apéndice de la biografía del Mahatma Gandhi).

El pueblo observa a quienes este próximo diciembre entregarán sus cargos. Sus hechos y omisiones, trascienden los muros de sus salas de acuerdos, de sus casas de gobierno… hasta de sus privadísimas recámaras. El misterio del “vox populi” es mayor que el de la teoría cuántica de campos en espacio-tiempo curvo, con la diferencia de que el “vox populi” es de probada eficiencia y lo otro sigue siendo una teoría que entienden cuatro gatos. La gente sabe todo y todo se sabe.

Sin embargo, en nuestra risueña patria, contra la verdad real funcionó hasta hace poco y con gran eficacia, la verdad oficial, que en tinta y papel sobrevivía hasta el último bisnieto del último testigo… y resultaba que un Presidente que nos sacó canas verdes y cuyo fin de sexenio se deseaba más que ganarse la Lotería, queda en: “Luis Echeverría Álvarez (Ciudad de México, 17 de enero de 1922); político y abogado mexicano, miembro del Partido Revolucionario Institucional y Presidente de México de 1970 a 1976. En su gestión la economía mexicana creció a un promedio del 6.1% anual.” ¡Y ya! Dentro de unos pocos años, ya fiambres todos los que sufrimos su sexenio de ocurrencias y locuras, esa verdad oficial es lo que quedará.

Eso explica que la labor de los historiadores para encontrar la verdad, fuera (es) como los trabajos de Hércules. Desenterrar archivos, traducir pergaminos, revisar hemerotecas, leer correspondencia personal… hasta conseguir algo cercano a la realidad pura y dura, con éxito relativo, que de Miguel Hidalgo nadie recuerda sus bellaquerías ni personalísimos intereses (que no incluían la independencia del país); de Morelos, nadie menciona que resultó rajón y echó de cabeza a todos los insurgentes; de Juárez cada vez se diluye más que con tal de salirse con la suya (que lo reconociera el gobierno de los EUA como Presidente, aunque se había relegido por sus puros chones), estaba dispuesto a todo, incluido hacernos cuasi colonia yanqui y dejar en riesgo real a varios estados del norte para que se los robaran nuestros queridos vecinos… ni quien se acuerde.

Una verdad oficial estelar, con foquitos de marquesina de cine de los de antes, es que Lázaro Cárdenas expropió el petróleo, cosa que jamás hizo, pues era y siempre fue del país, sino lo que hizo, fue expropiar los bienes de las compañías petroleras, nada más (y con una excusa cualquiera -no acataron un aumento salarial autorizado por Conciliación y Arbitraje, ratificado por la Corte-, que se pudo resolver de 47 maneras distintas)… pero, a la oportunidad la pintan calva y don Lázaro debe haber pensado: “¡A la historia me trepo!”… y ahí se quedó (con la complacencia yanqui, otro día le cuento).

Por la verdad oficial están en el albañal todos los conservadores del siglo XIX, entre los que no pocos fueron héroes de tomo y lomo, igual de patriotas que los liberales, faltaba más.

Bueno, eso ya no funciona. En estos tiempos, las verdades oficiales son de patas muy cortas (lo que duran trepados en el poder). Gracias a internet se riega todo por todos lados, anulando las versiones oficiales, con el inconveniente de que esparce sin distingos, verdades y mentiras, calumnias e invenciones. Razonable precio a pagar pues no es tan difícil separar la paja del trigo.

Aplica esto a Peña Nieto y compañía, sí, pero también al C.Anaya y su pandilla; y al Pejehová en su nueva presentación del redentor Pejesús y su corte de admiradores (promotores y defensores del bolivariano Maduro: todo se sabe). Por eso mismo, Meade ni se inmuta, lo blinda la realidad.

Sólo los políticos aficionados o de la vieja guardia, conservan la fe en la mentira (otra del Pejecutivo: ayer dijo que hay una “injusta campaña de desprestigio” contra Napoleón Gómez Urrutia; imagínese), que alguien le explique: el método Goebbels ya no funciona.

Cuando empiecen formalmente las campañas, se verá de qué cuero salen más correas.

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