19 de abril de 2024

La Feria: Moneda al aire

Sr. López / GMx

Tía Pita y tío Efraín, se casaron por la iglesia y por lo civil, tuvieron tres hijos, se divorciaron y fueron muy felices. Eran del lado toluqueño, o sea: católicos a machamartillo, por lo que aparte de las gestiones del caso en el Registro Civil,  tramitaron ante la autoridad eclesiástica el permiso de “separación de cuerpos”, mediante el que los matrimonios católicos, reciben permiso para no vivir juntos, a condición (pero-por-supuesto), de vivir castamente. Y fueron muy felices porque, como según la iglesia seguían casados, de repente ejercían su derecho mutuo al concúbito (a plenitud y a todo trapo), para lo que iban a escondidas a un hotel, porque a la tía le daba pena con sus hijos, que siempre supieron que jamás jugó canasta (y menos hasta el amanecer)… pero, así se acomodaron, puras apariencias y todos contentos.

Está el país en un periodo raro de no-campañas, en el que guardando algo las apariencias, todos siguen en campaña, que para eso están las redes y el beatífico anonimato que ofrecen.

Se destacan en prensa encuestas de todos los colores, en las que aparece siempre de puntero el Pejehová, de segundo el C.Anaya y en tercero, muy tercero, Meade… está bien: sabido es que la kriptonita para el Súper Peje es dejarlo convencerse de que ya ganó, incentivo para sus mayores torpezas.

Confiar en las encuestas en México es un ejercicio de ingenuidad inexcusable. Recuerde que en febrero de 2006, las empresas más serias dedicadas a las adivinanzas disfrazadas de demoscopia, publicaron los siguientes resultados de preferencia del voto: Peje, 32.3%; don Calderón, 26.4% y Madrazo, 24.8%; la elección la “ganó” Calderón con el 35.89% (9.49% arriba de la encuesta).

En los países lógicos, por un error de uno o dos puntos porcentuales, se encienden las alarmas y ruedan cabezas; acá, nueve o más puntos de error, se arreglan con una alzada de hombros.

En 2012, las encuestas de febrero decían lo siguiente: Peña Nieto, 40% de preferencia de voto; doña Chepina, 24.7% y en un lejano tercer lugar, don Pejesús, con el 17.4%; resultados finales (redoble de tambores): don Peña, Peñita, Peña: 38.20% (estuvo mejor el pronóstico); y don Pejeremías, en segundo lugar con el 31.57% (14.17% arriba de la encuesta, lo que es un error del tamaño del Titanic); pero, no pasa nada. En la Revolución se decía “La tierra es de quien la trabaja”; ahora podemos decir en estos tiempos encapotados que las encuestas son de quien las paga.

Por eso no atinan una los analistas políticos extranjeros: se creen nuestras encuestas. Lástima por ellos.

Los procesos electorales en México son un tanto diferentes a lo que llaman así en otros países. En nuestra risueña patria las elecciones son influenciadas un poquitín por factores no directamente relacionados con la libre decisión del ciudadano que encerrado en la casilla, crayola en mano, otorga su sagrado voto bien informado, en apego a sus convicciones políticas y después de ponderar su decisión.

Algunos ejemplos de esos factores ajenos al ejercicio de sufragio efectivo, son: los arreglos en lo oscurito entre los gallos importantes de la política y de estos con los representantes de los “poderes fácticos” y el capital (origen de alianzas de lo más extrañas); la disponibilidad de dinero (para no mencionar lo que desembolsan durante las campañas, nada más en el día de la elección hay una catarata de gastos, solo para cuidar las 155 mil casillas: pagar el teléfono, transporte y comida de los 155 mil “ruteros”, que coordinan llevar a los simpatizantes de su partido… y si no tuvo presupuesto para entrenar a sus representantes de casilla, les van a hacer las trampas que quieran… eche cuentas, unos 300 mil capacitados).

También hay otros factores, como la estructura político-electoral que asegure el trabajo previo, calle por calle en cada una de las 68,364 secciones electorales en que se divide el país (de a cuatro operadores por sección: más de 270 mil “seccionales”, que hay que entrenar, cobran sueldo, comen diario y reportan).

No se crea que son enchiladas organizar un proceso electoral en un país con 208,150 localidades rurales y 5,420 ciudades, cuyo control y “trabajo” electoral es por manzana (2 millones 191 mil 682 manzanas). Es un trabajo para profesionales y expertos, no cualquier partido tiene lo necesario para ganar elecciones a las derechas o a las chuecas.

Los que se dedican al arte electoral (en México es un arte, sin duda), aparte de todo, tienen olfato de alano (de perro, pues), y saben de antemano cómo viene la cosa y si es previsible un voto generalizado de castigo (que este año es del todo seguro, ya ve qué contentos estamos todos con todo), recurren a la estrategia de dispersión del voto.

Fíjese bien: si en las boletas electorales del próximo 1 de julio solo fueran a aparecer el Pejeremías y don Meade, lo mejor para el PRI y sus aliados, sería ahorrarse gastos inútiles y corajes. Como saben que mucha gente ni loca tacha las siglas del PRI, entonces le ponen un menú rico en opciones: vote por el Anaya Araña, vote por el Bronco, por la seño Margarita, por el Ríos Piter. ¿Está usted enojado con el tricolor?… no se preocupe, escoja otro el que quiera, entre todos los demás, que no tiene usted obligadamente que votar por el Pejecutivo Legítimo para hacerle el fuchi al PRI: atásquese, hay harto de dónde escoger. Se dispersa el voto opositor y entonces, con hacer creíble una votación que ronde el 30% del total, es verosímil que haya ganado el que nos vayan a decir que ganó.

Pero… ¡espere!, aún hay más: ya pasada la jornada electoral, ya cerradas las casillas, contados los votos, firmadas las actas, quedan más recursos: el INE que no es un cónclave de beatos y al final de todo, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el Trife de todos tan temido, que deshace entuertos, endereza jorobados y resucita muertos, a condición (única), de que nomás parezca que ganó el que no ganó.

Por eso y muchas cosas más… esta elección es una moneda al aire.

 

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