16 de abril de 2024

La Feria: Música de viento

Sr. López

Había una vez un país en el que los papás decían a sus niños: -Si te pierdes buscas a un policía y le dices –y le prendían a uno un papelito con nombre y dirección, con un ‘seguro’ en la bolsa de la camisa. Sí, había una vez.

Había una vez un país en el que de repente veía uno a los agentes de tránsito, sobre sus taburetes de madera, con regalos a los pies. Era su día y la gente que el resto del año les decía “mordelones”, los saludaba al pasar. Salió en la prensa la foto del que recibió un refrigerador, con un moño tamaño presidencial. Y el colmo fue aquel al que dieron un televisor Zenit, blanco y negro, con antena de conejo. ¡Qué país!

Sí, había una vez. El maestro era el orgullo de la familia y el más respetado del barrio; eran pobres, muy pobres, con la ropa usada, muy usada; impecables, iban temprano a pie a sus escuelas y la gente al pasar decía: -Buenos días maestro, no se olvide, le mando a mis hijos con nalgas –sí, cuando hacía falta, daban coscorrones y nalgadas y también curaban raspones, daban consejos y siempre, buen ejemplo. Había un país.

El cura era igual, en ese país que había una vez, respetado y respetable, bondadoso sin ser santo, confesor a domicilio, educador de niños en el catecismo y sobre todo: garantía de decencia, aunque no eran santos. El médico, lo mismo. Había una vez.

Y en ese país que había una vez, no hace tanto, se iba uno a los parques el domingo y la policía montada, paseaba niños en sus monturas. Bueno a los míos y los del barrio, paseaban. Serios, porque han de ser serios, pero los paseaban: -¿Le da una vuelta al niño? –y nomás tendían la mano y lo montaban; a las niñas también.

En ese país, que hubo una vez, no eran pocas las señoras que oyendo la escoba de varas del barrendero muy tempranito, se asomaban: -Venga por un cafecito, hace frío y luego quién limpia –y se desayunaba uno en la cocina junto con el señor de la basura, que tenía nombre y había que saludar. Café y pan. Éramos pobres todos.

En ese país de nunca jamás, había problemas, peores que los de hoy. Mucho peores. Era el México de las medias suelas, el zurcido invisible, la reparación de todo (planchas, radios, llantas, relojes de cuerda… éramos pobres). Era el México que aun recordaban muchos, se sabía bañar en sangre. Algunos decían que no teníamos democracia, la gente, la mayoría de la gente, los oía pensando en alcanzar su programa de la W: Chucho el Roto; La policía siempre vigila; El derecho de nacer; Anita de Montemar y La tremenda Corte… México.

Es nuestro país y hoy es mucho mejor. No tenga duda. No soñábamos entonces con muchas cosas que hoy criticamos pero tenemos: escuelas, hospitales, carreteras, universidades, tantas cosas. Y menos hambre, eso sí, mucho menos. Le digan lo que le digan.

No haga caso a quienes insisten que estamos al borde del precipicio. No es cierto. Esta generación al relevo, por responsabilidad de la nuestra, será menos peleona, menos de iglesia, menos de familia, pero así los hicimos, nosotros, y no hay que criticar: hallarán su camino, igual que siempre todos. Lo demás es, no lo dude: puro cuento.

Por la edad se recuerdan cosas que se nos fueron perdiendo en el camino, son los tiempos. El respeto, por ejemplo, aunque no a todos ni a todo. Pero se extraña.

Uno que sabe de lo que habla y jamás lo hace para ventilar la garganta, Jorge, me mandó antier un dibujito brasileño, con pie y sin comentarios. En el trazo, unos policías esposando unos delincuentes, en el pie, la leyenda: “A un médico no se le acusa por el aumento de las epidemias, a un profesor no se le acusa por el aumento del analfabetismo, pero al policía siempre se le acusa por el aumento de la criminalidad. Este señalamiento no es justo, no somos la causa, sólo lidiamos con las consecuencias”. Cierto.

Los bomberos jamás han sido señalados como responsables por los incendios. Se les aplaude (son el H. Cuerpo de Bomberos). Los niños decían antes (no sé ahora), que de grandes querían ser bomberos.

La moda es la inseguridad pública y embarrar a los policías en eso. Debe haber razón, pero tenga la certeza de que son los menos porque sigue valiendo aquello de que Dios está con los malos cuando son más que los buenos. Si “la policía” estuviera podrida, esto no lo arreglaba nadie. Iría usted al pan con escopeta o una escuadra 45 con el tiro arriba.

¿O sea, que encima de todo, estamos bien?… no, hay cosas muchas cosas, que están mal, pero la policía no es la culpable. Nuestras policías mujeres y hombres, no causan el problema. Lo causan otros. Ellos le plantan cara y pecho (y se mueren). Sí señor.

Ya podríamos ayudar a que esto empiece a remitir, nomás haciendo lo que sí podemos todos hacer: saludarlos, reconocerles que lo poco o lo mucho que se hace, lo hacen ellos, nosotros, no. Nosotros señalamos, criticamos y causamos el problema. Ellos ponen los muertos; miles de muertos. Nosotros vemos el televisor mientras un millón 800 mil estudiantes de Secundaria y Prepa, nuestros hijos, han probado ya alguna droga: pinche policía… será.

De veras, hay que pararle: nuestros policías no vienen de un país enemigo ni de otro planeta. Son de nosotros, como nosotros. Cada uno de ellos debe saber que cada ciudadano está de su lado, le dará cobijo, le “echará aguas”, y si lo lastiman en su trabajo, cada casa es suya, le darán refugio, llamarán a la ambulancia. Pelean por nosotros, nobleza obliga.

¿Oiga, o sea, no hay malos policías?… no sea bobo (con todo respeto). Hay policías malos, curas, médicos, ingenieros, obispos, mujeres y mi primo Pepe. Son los de siempre. Es la pasta humana. Créame, si no funcionaran bien en su inmensa mayoría, esto sería la ley de la selva. No es. Es por ellos. Les debemos tanto, especialmente en estos tiempos. Hay que presionar mucho, mucho, para que la “austeridad” que ahí viene, sea a favor de ellos, cuando menos ellos.

Por cierto: el espejo de una sociedad son sus policías. ¿No le gustan?… bueno pues como son ellos, somos todos. Lo demás es música de viento.

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