19 de abril de 2024

Contrapesos y confianza

José Antonio Molina Farro

“El despotismo es más de temer en tiempos democráticos”.

Alexis de Toqueville.

Aunque la crisis sea sistémica, no hay alternativas al sistema, como en los tiempos de bloques ideológicos. Tampoco son alternativas creíbles ideas utópicas en circulación que han demostrado reiteradamente su fracaso. Ni se agotó el capitalismo y su modelo, ni alcanza con decir que el neoliberalismo ocasionó la debacle económica. Aunque maltratada, la economía de mercado sigue vigente en  nuestro país.

Si las últimas décadas nos revelan algo, es la capacidad del capitalismo para reinventarse. Es, a decir de Marx, como un vampiro, un muerto en vida que por más puñaladas que le den vuelve a levantarse una y otra vez.

Vaya, hasta el intento radical de Mao por acabar con todo vestigio del capitalismo en China, cometiendo  crímenes de lesa humanidad, acabó con su regreso triunfante… ¡y de qué manera!  Un sui géneris “comunismo de mercado”.

Esto viene al caso porque la gravedad de la situación en nuestro país no permite atajos fáciles para evadir responsabilidades constitucionales invocando un cambio de régimen económico y político que no acaban de definir, y dañan severamente nuestra precaria democracia.

Ya es fatigoso  culpar de todos los males, una y otra vez, al pasado neoliberal y su cauda de innegable corrupción.

Definiciones importantes están ausentes, si no es neoliberalismo el que hoy vivimos entonces ¿qué es? Y aunque son evidentes el desmantelamiento institucional y el desprecio al orden jurídico,  no se escucha decir si la vía a transitar es el socialismo, o el comunismo, como lo predican grupos radicales opositores, o si el tan pregonado “nuevo régimen” se inscribe dentro de los márgenes que permite el sistema capitalista, o qué se entiende por régimen político.

Quizá en la obcecación no se quiere admitir que en la práctica no hay alternativa al sistema, tampoco  al modelo de economía de mercado, el cual, sin duda, debe regularse en función de  la magnitud de los desafíos.

Lo que se advierte es una conducción anclada sin tapujo en el pasado, un oráculo que dicta los destinos del país; bandazos, contradicciones y una esquizofrenia verbal maniquea, que estigmatiza a quienes piensan distinto.

La “mano invisible” reclama a la política, exige que el Estado intervenga para salvar el mercado, no solo al financiero o a las pequeñas y medianas  empresas  sino a la totalidad del sistema. Paradójicamente, un gobierno de izquierda, como el nuestro, se retrae en la crisis y deja a su suerte a actores económicos importantes, precisamente hoy, cuando es una  exigencia ineludible su intervención para mitigar la debacle. Recuérdese. “¿Y ahora qué hacemos con los ricos?” o “que se rasquen con sus propias uñas”.

Las cifras de desocupación dadas a conocer por el INEGI son para sacudir la conciencia de cualquier mexicano bien nacido; durante el mes de abril dejó de trabajar el equivalente a 12 millones de mexicanos, ¡en un mes!, y entre quienes mantuvieron el ingreso siete de cada diez reportan un ingreso menor a dos salarios mínimos. Y falta todavía conocer las cifras de mayo. Una consecuencia muy preocupante será, sin hipérbole, la violencia por hambre.

Contrapesos.

Estimo que el problema mayor no es la incapacidad de ponernos de acuerdo sino la debilidad de las instituciones, la inexistencia de contrapesos reales, con un poder legislativo muy distante de cumplir con su función sustantiva de acotar, impedir y denunciar las desviaciones del ejecutivo, aunque hay destacadas voces de la oposición en el Congreso Federal y en algunas entidades, donde  existen oposiciones dignas de ese nombre; hay también legisladores locales que sobresalen, pero por su entreguismo hasta la abyección a los gobernantes en turno. Son testimonio fiel de lo que afirmaba don Daniel Cossío Villegas: “No hay nada más condenable y despreciable que ser diputado o senador; ante los ojos de la opinión nacional constituyen la medida de la miseria humana”.  Y aunque hay honrosas excepciones, son ellos, en buena medida, y con su impúdico proceder, los que han contribuido al descrédito de los partidos y de la representación popular. A estos legisladores no les importa pasar al basurero de la historia, ya sea por defender intereses espurios o por cálculos egoístas de escalar en la pirámide del poder político. Esta falta de contrapesos reales se traduce en pésimas políticas públicas que menoscaban la democracia, pero también abonan, por fortuna, a un  creciente despertar de la consciencia ciudadana.

Confianza.

El camino de salida lo dibuja la propia realidad. Hay primero un corto plazo, es imprescindible salir del shock con los menores traumas posibles.  Volvemos así a ese factor inmaterial: la confianza. Factores sicológicos como las expectativas, la credibilidad y la confianza son tan importantes o más que los propios insumos reales. La confianza

es un factor estratégico del desarrollo. No será posible conquistarla mientras no se vea una conducción clara, firme y democrática. Por desgracia, la conducción del país repudia el diálogo y ha sido reacia a atender los llamados de académicos, especialistas, empresarios, organizaciones de la sociedad civil y organismos internacionales acreditados. No hay talante democrático ni señales o disposición para corregir el rumbo.

La respuesta inmediata son las alianzas ciudadanas y la denuncia, con propuestas articuladas.  La prioridad es salvar las libertades, recuperar el Estado de derecho, reivindicar el pluralismo  y  el ejercicio acotado del poder, así como evitar un desplome mayor de la economía; diseñar una ruta estratégica de navegación, que nos indique los sectores productivos que en un principio se deben apoyar, considerando empleo y  cadenas de valor. Que la caída en dominó de instituciones y empresas que hoy se empieza a vivir no desbarranque aún más a la economía real. El discurso disruptivo y la visión maniquea de país nos permiten anticipar  años aciagos.

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