20 de abril de 2024

La Feria: La casa común de todos

Sr. López

 

Ya antes hemos comentado (usted y este menda, no es plural mayestático), que en México, los mexicanos (sí, en México, porque no somos igual cuando estamos en otro país), no somos ciudadanos, ciudadanos de verdad, de calidad exportación. No se enoje.

En febrero de 2012, escribió este su texto servidor, lo siguiente: “Estamos convencidos de que amamos la democracia -sin haber tenido el gusto-; gastamos millonadas para cuidarla, la tenemos abandonada y el sueño colectivo es tener un Presidente con las mejores virtudes de Juárez (que se reelegía en la presidencia como pedir otro de maciza), con la firmeza de don Porfirio Díaz (que mandaba matar como quien encarga un refresco), que traiga corto al Congreso y que los gobernadores le contesten ‘sí, patrón’. Esto sí somos: una democracia sin demócratas”.

Sí. Ni modo. Por las razonadas sinrazones que quiera, pero así somos: una república sin ciudadanos.

Ahora resulta que AMLO (ya quedamos que ¡respetillo!, hasta el 2014), es la esperanza de México. No suena mal ni tiene nada de malo que la ciudadanía tenga mucha confianza en las virtudes (reales o ficticias), de su Presidente, pero acá el asunto tiene sus bemoles: si el electorado le dio todo (Presidencia,  Congreso de la Unión, gobiernos estatales, congresos locales y ayuntamientos), puede uno sospechar que se trata de poder decir: -Hay nos arregla el país… y de antemano, muchas gracias –y, no, francamente, no. De ninguna manera.

Darle todo el poder sin contrapesos a AMLO está bien, por un lado, porque efectivamente no le faltará nada del herramental necesario para realizar las labores de Hércules que se ha echado encima (no tendrá pretextos: “-Es que el Congreso no me deja trabajar, bloquea mis iniciativas, no aprobó mi presupuesto… “; -No señor: es SU Congreso y le aprueban lo que sea, como sea, si se los pide usted… -Eso está bien; pero está muy mal si con eso, la ciudadanía piensa que se puede tirar de nueva cuenta en la hamaca: -Yo ya cumplí, ya voté, ya se trepó, ahora que nos arregle el tiradero -¡de ninguna manera!

El titular del Poder Ejecutivo en México, con el inmenso poder que tiene, aun si multiplicara los panes y los peces, si flotara sin pisar el suelo, si resucitara muertos y devolviera la vista a los ciegos, no puede hacer solo lo que hacemos entre 90 millones de adultos (89 millones 123 mil 355, por si es usted preciso). ¿Y sabe por qué no puede?… porque no es el Mesías.

Tenemos la mala maña de echarle la culpa al gobierno de casi todos nuestros males y sí, muchas de las cosas que están mal son de su responsabilidad, pero no todas ni las más graves.

No existe un país lógico en este mundo en que el gobierno deba (ni pueda), sustituir a la sociedad:

¿Que ya nos anda porque se acabe la corrupción?… bueno, muy bien, por supuesto el Presidente puede traer a rienda corta (muy corta), a los altos funcionarios de todo el gobierno, pero al mismo tiempo, le ayudaríamos mucho (nos ayudaríamos), si ya nadie diera sobornos, ni aceptara transar y sus similares: no hay funcionario corrupto sin ciudadano corruptor y también son ciudadanos los empleados de gobierno que ven hacer barbaridades y no las denuncian: ¿cómo podemos tener tanta corrupción sin la complicidad por acción u omisión, de miles y miles de personas que desde modestos puestos en la administración pública, participan y no se les mueve el copete al ejecutar órdenes que bien saben forman parte de un acto de corrupción de sus jefes?… y ni siquiera se necesita de valor cívico, que en estos tiempos de redes sociales y celulares que toman fotos, graban y hacen videos, cualquiera puede mandar información a las redes y los medios de comunicación. No nos hagamos zonzos: la corrupción que tanto nos ofende, se puede acabar rapidito si por su lado, el Presidente aprieta, y todos, por el nuestro, nos comportamos.

¿Qué la inseguridad nos tiene con el Jesús en la boca y nos resulta intolerable?… bueno, qué bien, pero si a la inmensa labor que toca al gobierno se suma la insustituible acción colectiva, le aseguro: antes de lo que se imagina, esto se endereza. La gente ve (vemos) con indiferencia que el compadre, el vecino, el amigo y el pariente, de golpe empiezan a estrenar coche, casa y mujer; que de fiestas en el garage, pasan a eventos en salones de lujo con tres orquestas y algún cantante de moda; que el hijo sin oficio ni beneficio, de repente trae dinero, estrena ropa, compra coche… no. Aunque sea políticamente incorrecto, hemos de aceptar que somos una sociedad cómplice, por hacer o dejar hacer, en nombre de que uno no se mete en asuntos ajenos, pero, la verdad, es porque nos importa un pito y además, nos gusta andar con gente que “las puede” y no hay muchos que no abriguen la esperanza de que les salpique algo de la “buena suerte” del otro. Esa actitud pasiva o de complacencia se entiende y disculpa en poblados y rancherías en que no tienen qué comer… los demás no tenemos perdón de Dios.

Imagine a toda la ciudadanía informando a las autoridades de todo lo que sabe y se entera, en vivo, en directo y en caliente: quién manda en qué pueblo, dónde vive, a qué hora va al pan… miles de vidas se salvarían, los operativos policiacos se harían con menor riesgo. Nada más imagine: 90 millones de adultos con los ojos bien abiertos, nadie de tapadera: sobrarían las cámaras en las calles y carreteras.

Y no se trata de que primero, el próximo gobierno gane nuestra confianza, para después, otorgárselas. No, alguien tiene que empezar: empecemos nosotros respetando a nuestras autoridades,  soldados y policías… y no tolerando ninguna irregularidad, ninguna, grande o chica; cumpliendo para poder exigir que nos cumplan. Si nos sentamos a esperar que nos prueben que nos merecen, a lo mejor ellos también se sientan a esperar que probemos  ser merecedores de sus desvelos y de que arriesguen la vida.

Dejemos de lado nuestra abulia en todo lo que tiene que ver con el gobierno, seamos corresponsables de la casa común de todos.

 

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