28 de marzo de 2024

La Feria: Y colorín, colorado

Sr. López

Chuchín le decíamos. Era hijo único, consentido, gordito, fofo, mañoso, llorón, flojo, mentiroso, rajón, desaliñado, berrinchudo… un encanto de primito. Su señor padre, tío Chucho, tuvo a bien morir cuando su nene estaba terminando Primaria, razón a la que su mamá, tía Tina (Agustina), atribuyó que su hijito se echara el primero de Secundaria en tres años; cuando ya llevaba dos años en el segundo lo expulsaron por ir a clases con “aliento alcohólico” (ebrio), que fue cuando el buen Dios obró el prodigio de devolverle el seso a tía Tina, y se esfumó Chuchín: lo metió a una academia militarizada yanqui (en Texas) y no lo volvimos a ver sino hasta cinco años después. Era un palo; al caminar parecía que iba a paso corto; no hablaba; contestaba con monosílabos; el pelo casi a rape; no se sentaba si no le decían (se quedaba parado, las manos a la espalda a la altura del cinturón, tieso, mirando al frente); la cara inexpresiva, siempre. Daba pena. Recién regresó noqueó a un primo que le dijo Chuchín (un solo golpe y la cosa fue de  hospital), y pasó a Jesús, automáticamente. Terminó en tres años la carrera de ingeniero petrolero en el Poli y se fue a trabajar a Alaska (en serio). Decía tía Tina: -Pobre mi’jito, me lo devolvieron mal pero derecho, que iba mal pero torcido –y sí, puestos a escoger.

Como bien sabe usted, los inmensamente vagos aristócratas sicilianos se dedicaban a la vida suave mientras la masa campesina los mantenía (bien); fue a partir del siglo XIX que se les ocurrió dejar la administración completa de sus tierras a los “gabellotti” (plural de “gabellotto”, palabra siciliana, no italiana), que se suponía se encargaban de todo y por una comisión, les entregaban a los vagos dueños, el mucho dinero ganado en cada cosecha, básicamente cítricos y aceitunas (les robaban lo que les pegaba la gana).

Ya unida la isla a Italia, los “gabellotti”, aparte de administrar las tierras y traer del rabo a los campesinos, cobraban un extra a los aristócratas por proteger sus propiedades de los “briganti” (bandidos). Pero la cosa se salió de control y los “gabellotti” acabaron quedándose como autoridad de hecho: la mafia (término de origen no muy seguro, parece que proviene del árabe “mu’afah”, que significa algo así como protección de los débiles, aunque también dicen que viene de la palabra toscana “mafia”, miseria; escoja usted).

Los “mafiosi” acapararon las tierras, la distribución de alimentos, rentaban la tierra a quien querían, como querían y al que no se portaba dócil, lo mataban (y mataban mucho); luego se pusieron creativos y empezaron a “cobrar piso”, a secuestrar… un encanto de gente. Los aristócratas ya nomás iban de visita a sus ruinosas casas (pero no trabajaban, eso no).

La palabra mafioso se empezó a usar por una obra de teatro escrita en siciliano (“Los mafiosos de la Vicaría”, que era una cárcel en Palermo), y luego porque Garibaldi llamaba “mafiosos” a todos los rebeldes de la isla, porque Sicilia es de Italia a balazos.

A fines del siglo XIX, nadie podía con la mafia porque se asoció con los gobiernos de la isla, por cosas muy largas de contar, pero su consolidación y prevalencia, se debió a eso: la mafia ofreció pacificar la isla a los débiles gobiernos asentados en Palermo, y los políticos de la época los dejaron hacer lo que les viniera en gana. La gente común, dejada de lado por la autoridad, acabó por ver en los jefes mafiosos a los únicos capaces de poner algún orden en las cosas del día a día. La mafia ya era invencible. Mejor dicho: las mafias, que había varias.

Empezó la enorme migración de sicilianos por miedo, miseria y el terremoto marca Satanás de 1908 (se calculan 100 mil muertos). En los EUA algunos sicilianos se hicieron ricos gracias a la Ley Seca y a lo que recordaban del modito de las mafias de su tierra.

Como sea, de repente apareció en el escenario un señor de muy malas pulgas: Benito Mussolini (que se llamaba Benito por Juárez, en serio), quien antes de hacerse con el poder prometió acabar con la todopoderosa mafia. A fines de 1921 a palos (“La marcha sobre Roma”), se hizo Presidente del Consejo de Ministros del Reino de Italia y luego “Duce” de la República Socialista de Italia. Sicilia contuvo el aliento, el tipo era bravo; el pueblo raso quería que cumpliera su promesa de arrasar con la mafia… y nada. Nada de nada. Y así tres años. Empezaron los rumores de que era guango (ya ve cómo es la gente).

Lo que no sabían era que Mussolini estaba acumulando información. A fines 1924, casi todas las autoridades locales eran gente de él, fascistas (y hacían como que se plegaban a la mafia).

Comenzando 1925, sin previo aviso, puso un prefecto de Palermo -Cesare Primo Mori-, tipo valiente y con poca idea de los derechos humanos o el debido proceso. De golpe hubo detenciones en masa, sabían todo de todos, publicaban listas de sus nombres, la prensa no informaba nada de las revanchas mafiosas. A los detenidos los sacaban amarrados a las calles a que la gente les perdiera el miedo, que los insultara y escupiera.

Muchos mafiosos huyeron a donde fuera el primer barco en que se pudieron trepar.

Al mismo tiempo fue la persecución de los “guantes amarillos”, todos los funcionarios coludidos con mafiosos, a la cárcel. No acabó con la mafia, pero, por un pelito. En los hechos los desapareció del mapa de lo ilícito. A las otras organizaciones del crimen  (Camorra, región de Campania, y Ndrangheta, en Calabria), también los dejó boqueando.

¿Qué pasó… por qué siguen? y cada vez más poderosos… ¡ah! porque el gobierno yanqui en la Segunda Guerra Mundial, se arregló con dos mafiosos -Lucky Luciano y Vitore Genovese-, que les organizaron una bonita recepción por Sicilia (“Operación Husky”)… y a cambio, los dejaron regresar por sus fueros a mangonear la isla y luego lo que quisieran y pudieran. Mussolini no imaginó que el asunto era internacional: había que acabar con la mafia, sí, pero en todos lados, el problema era internacional. Y colorín, colorado…

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