19 de abril de 2024

La paradoja de Protágoras : José Antonio Molina Farro

“Quien promete algo que de suyo sabe imposible, comete un acto de corrupción”. Oakeshott

Tengo en mis manos una colección de ensayos, obsequio de Carlos Agustín Gorrosino Hernández, cuyo autor es Rodrigo Gonzales, “francotirador profesional y sin contradicción, spinoziano ortodoxo”. Transcribo párrafos enteros, con muy ligeros matices, de “El poder del discurso”, ´Ardides, trampas y astucias de la retórica clásica´. Tengo para mí que es un texto recomendable no sólo para historiadores, prosistas, oradores o hacedores de la palabra, sino también un regalo para las nuevas generaciones de jóvenes políticos.
Hacia el año 485 a.C., en Siracusa (la Magna Grecia), los tiranos expropiaron tierras a propietarios privados y adjudicaron territorios a sus colaboradores y ejércitos personales. Derrocados por sublevaciones democráticas, los perjudicados quisieron recuperar sus propiedades mediante demandas en los tribunales, pero Solón, en su momento, impulsó una ley según la cual en los tribunales cada ciudadano debía actuar por sí mismo, sin auxilio ni mediación de abogados. Para defender sus intereses el ciudadano común se vio en la necesidad de aprender en la práctica las formas en que opera el lenguaje, como herramienta de persuasión y difusión. Para triunfar ante un jurado popular muy numeroso, era importante ser elocuente y persuasivo para manipular la voluntad y las emociones de grupos y multitudes. Había que conmover y convencer, presentar los mejores argumentos y con los mayores efectos dramáticos posibles, un lenguaje potenciado por la astucia, triquiñuelas dialécticas y pequeñas trampas verbales para provocar contradicciones en el oponente. Así, muchos de los despojados pudieron recuperar sus bienes.
Protágoras, sofista de la primera generación, estableció por orden de Pericles y por primera vez en la historia mundial, la educación pública obligatoria. Quizá el primero en desempeñar plenamente el papel de sofista (aquéllos que denunció Sócrates) en la Grecia continental, y uno de los inventores de la retórica, arte siciliano y mercenario con cuya práctica y enseñanza obtenía muy elevados honorarios.
La llamada ´paradoja de Protágoras´ es una trampa dialéctica perfecta. Cuenta Diógenes Laercio: “El maestro pactó que recibiría emolumentos muy altos de cierto discípulo, pero sólo cuando éste ganara un juicio usando la retórica que él le había enseñado. El tiempo pasaba y el desdichado perdía y perdía sus procesos… cansado de esperar, el maestro sofista demandó al discípulo y le dijo ante el tribunal: ´si pierdes este caso tendrás que pagarme, pues te habré ganado; pero si lo ganas también me pagarás, pues entonces se habrá cumplido la condición que antes pactamos´.
Por su parte, Isócrates concebía la retórica como un plan educativo y formativo de largo plazo para los ciudadanos, quienes de ese modo servirían como los modelos supremos del ser humano. Con su enseñanza buscaba regenerar ética y políticamente, a las naciones griegas. Su proyecto no sólo fue exitoso en su momento, perduró a lo largo de siglos y contribuyó al esplendor de Grecia y después al de Roma. En el apartado ´Sofistas, retóricos, logógrafos’, Rodrigo Gonzáles escribe: Estos retóricos, maestros nómadas… ofrecían en las calles, en el ágora o en los jardines públicos de Atenas y sólo a quienes pudieran pagarlo, su conocimiento de las técnicas para argumentar, convencer, persuadir al adversario común y también a las multitudes para ganar las discusiones. Estas características de la retórica aplicada al discurso político y ya no sólo al jurídico, hicieron que algunos gobernantes, tiranos, jefes militares, líderes religiosos y otros demagogos, se interesaran en las nuevas estrategias discursivas. En un mundo que privilegiaba la memoria, donde la comunicación era básicamente oral y donde además, el discurso público estaba muy codificado y normado, quien poseyera un método eficaz para persuadir a las masas con discursos podía obtener un poder muy grande.
Aquéllos retóricos o logógrafos identificaron todos y cada uno de los recursos del intelecto y de la lengua que no sólo los griegos sino todo el Occidente usarían desde entonces para componer textos persuasivos, así como discursos y argumentaciones; refinaron la estructura de partes fijas del discurso oral, que luego se extendió al discurso escrito. Crearon y organizaron lógicamente las ´figuras retóricas´ y establecieron categorías y un léxico especializado para la nueva disciplina. Ese cuerpo de saberes discursivos enseñó a la democracia ateniense a debatir de manera formal sus ideas, que alcanzaron vuelo y consistencia mediante los mecanismos de la abstracción y nuevas tecnologías mentales, poderosa maquinaria intelectual y lingüística. En poco tiempo, atenienses y otros griegos, se convirtieron en formidables polemistas: el ágora, el mercado o la calle reunían a un público que con pasión aplaudía a unos y abucheaba a otros, tal como sucedía en las arenas o los certámenes de poesía. Aquéllas discusiones eran como la lucha en el gimnasio o en el campo de batalla: una pugna sin ventaja para ninguno y con gloria para ambos, cuyo resultado dependía del propio ingenio, las habilidades dialécticas y el entrenamiento en ardides y recursos lingüísticos. De esta idea de oposición, lucha y guerra dialéctica, deriva la palabra ´polémica´. El tiempo, finalmente, le daba la razón a Isócrates, que enseñaba a los demás cómo tenerla siempre.

P. D. El Tren Maya va, incluido el Tramo 5. Se declaró proyecto de seguridad nacional para avanzar en los trabajos de construcción, ante “los intereses de un grupo corrupto y pseudoambientalistas”. AMLO

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