29 de marzo de 2024

Mucho mejor: La Feria

SR. LÓPEZ

Por cosas largas de explicar -epidemias, revoluciones y diferencias de opinión-, en la familia paterno-autleca de este menda, a principios del siglo pasado, hubo muchos fallecimientos imprevistos. Una vez en casa de la abuela Elena, platicaban los viejos con esas largas pausas de quienes se conocen tanto que sin hablar se responden, y alguno recordó a un tío que enterró nueve hijos: -Lo bueno es que tenía otros catorce -agregó sin precisar el número de mamás. Al instante, la abuela atajó: -Dios no te castigue la boca… cada hijo muerto duele como hijo único –cierto.

Uno, ya ni se da cuenta que vive ensordecido por el estruendo del constante bombardeo de información de toda laya que dificulta distinguir lo llamativo de lo escandaloso, lo grave de lo insulso y lo pasajero de lo trascendente. En nuestro país, el estado que guardan las nalgas de la señora Guzmán, ocupa más espacio informativo que el coeficiente GINI que solo unos pocos exquisitos saben mide la desigualdad de ingresos.

Sume al alud de información, que el actual Presidente pronuncia diario, de lunes a viernes, una conferencia de prensa, más los discursos de sus giras de fin de semana. La gente y los jefes de información de los medios de comunicación, parece suponen que el Presidente habla de lo importante, pero como éste habla de todo, los mantiene confundidos.

Así las cosas, se nos informa que al día de ayer, en nuestra risueña patria hay más de un millón de personas que han contraído el Covid-19 y que por ello han muerto casi cien mil (99,528). No se movió la hoja del árbol. El Covid-19 dejó de aterrorizar a la nación. En marzo con 28 difuntos, nos encerramos a piedra y lodo. Ahora, con esta hecatombe, lo que va son las ‘fiestas Covid’ y en varios estados la policía corretea a la gente por las calles para que se ponga cubre bocas.

¿Cómo llegamos a esto?, mire: por un lado es muy cierta la imposibilidad de mantener un susto nueve meses y por el otro, el gobierno nos ahogó en información que, sesgada o no, ya nadie atiende: la conferencia diaria del doctor Muerte y su equipo de especialistas en explicar que el constante ascenso de las cifras en realidad es un sostenido descenso, es más aburrida que un juego de ajedrez por correo. Además, hay otras tragedias como las inundaciones en el sur sureste del país, que lógicamente atraen la atención del respetable.

Sin embargo parece conveniente no desdeñar esta pandemia que puede marcar la memoria de una generación de mexicanos. No es asunto menor, insistir en su gravedad no es magnificar las cosas.

Junto con lo anterior, también se debe tener presente que al gobierno federal corresponde la principal responsabilidad en la atención de esta enfermedad, así lo indica la ley y cuenta con las facultades. Un virus no entiende de límites territoriales entre estados y países. El gobierno nacional -aparte de que debió tomar las previsiones presupuestales necesarias-, debió dictar las medidas necesarias para supervisar con rigor la entrada de personas a nuestro territorio; establecer las restricciones internas de movilidad; implantar las disposiciones preventivas a la población; preparar y equipar al personal médico y la infraestructura sanitaria, para atender la previsible avalancha de enfermos. No se puede evitar la pandemia pero se debió trabajar para impedir fuera catástrofe, como es tener ya cien mil muertos.

En vez de que hayamos visto a nuestro gobierno tomar el control decidiendo a cada momento junto con los gobiernos estatales, lo que fuera científicamente más conveniente para anticipar los acontecimientos, lo que contemplamos ya sin asombro (ya nada nos asombra en estos tiempos 4T), es un Presidente recomendando usar escapulario y seguir abrazándose, insistiendo a la fecha, en que el uso del cubre bocas no es necesario; un subsecretario de Salud responsable federal de la pandemia, afirmando que como el Presidente es una fuerza moral, no contagia, y sosteniendo una defensa absurda del criterio técnico por el que se hacen muy pocas pruebas para detectar contagios (con la ventaja de que entre menos pruebas, menos casos detectados y menos posibilidad de que nadie dé la voz de alarma, por eso no hay cifras totales sino ‘estimadas’) . ¡Ah! y también vemos a un Secretario de Salud, sentado, callado, viendo a la nada: muy alentador.

Se le recuerda sin ánimo de enfurecerlo que a fines de marzo (¡marzo!), cinco exsecretarios de Salud junto con 200 científicos, ofrecieron al gobierno federal  colaboración, ayuda, consejo, preocupados en serio por el rumbo de las acciones que se adoptaban y el curso que iba tomando el crecimiento de la pandemia. Ningún caso se les hizo.

El gobierno manejó y maneja esta crisis de salud con criterio político. De ninguna manera puede aceptar nada que no salga de su seno hecho camarilla, conciliábulo de prosélitos de quien se asigna el papel de transformador de la patria. El precio al día de ayer, son cien mil fallecimientos. Es poco, todo es poco a cambio de conservar intocada la sacra imagen presidencial. Moisés ni opinó sobre los Mandamientos que le dictaba Jehová; nadie propuso a Jesús añadir algo al Sermón de la Montaña; ni modo que nuestro Presidente acepte ayuda ni que debe corregir; no es propio de redentores.

Ayer, la Universidad Hopkins informó ‘urbi et orbi’, que el peor lugar en porcentaje de muertes por Covid-19 es México: casi cuatro veces el promedio mundial que es el 2.6%, y nosotros tenemos el 9.8% de decesos por cada cien enfermos confirmados por nuestro gobierno (el segundo peor es Irán, 5.6%… EUA, 2,2%, por cierto).

Esta será la mancha el sexenio: ni cien mil muertos les duelen, se mire con el cristal que se mire, todo fue discurso, todo quedó en mentira. La esperanza del gobierno es que la vacuna resuelva el asunto y pase al olvido… puede ser, pero las consecuencias de la pandemia son de larga duración, lo que queda de sexenio no alcanza ya para transformar al país sino ni para regresar a cuando estábamos mal pero mucho mejor.

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