29 de marzo de 2024

Sí, pero quedito: La Feria

SR. LÓPEZ

Como cualquier mocoso estándar, este menda cumplía funciones de recadero y aparte, hacía los mandados de cualquier adulto perteneciente a la familia. Igual iba uno por el pan, que por un cuartito de aceite (sí, en aquél México de mitad del siglo pasado, el aceite se vendía por cuarto de litro, el huevo por pieza, las tortillas por docena y había panaderías de ‘pan frío’, o sea, del día anterior, a mitad de precio, cinco centavos la pieza de pan blanco… 0.00005 de un peso actual). Claramente recuerda su texto servidor que en algunas ocasiones, tía Rosita (la que murió de 117 de edad, bajo sospecha fundada de que se quitaba años), lo mandaba a la botica con un frasquito de vidrio, para comprar láudano, que es una mezcla de vino blanco, azafrán, clavo, canela y opio, sí, opio; y se vendía sin receta; aparte, pocas viejas de la familia no tenían en sus casas marihuana en alcohol, para aplicar emplastos en sus reumas; y entre los muchos frasquitos que guardaba la abuela Virgen (la de los siete embarazos), estaban (vacíos), unos de su papá cuya etiqueta rezaba: “Heroin” (de la Bayer). Y tan frescos.

Consumir drogas es tan viejo como la humanidad y está bien documentado desde tiempos prehistóricos, con el hallazgo en cuevas y enterramientos, de restos de amapola, ‘cannabis sativa’ (mota, pues), belladona, hongos alucinógenos y otras cosas que ni sabe uno qué son.

El láudano que mencionó el del teclado, lo inventó el respetado y famosísimo alquimista suizo, Paracelso (1493-1541), y durante siglos se le consideró como medicina milagrosa, la cura-todo, aunque la verdad no curaba nada, pero atenuaba dolores y propiciaba males y muertes menos infames. O sea, 500 años con láudano en la botica y no se desmoronó Occidente. Había (y hay), consumidores por vicio y no se despelota la sociedad.

También desde la prehistoria ya se consumían fermentados (alcohol). Es que el ser humano es de no dejarlo solo, caramba (pero tomar agua era peligroso, daban diarreas y a veces mataba… en cambio, un alipús nunca enfermaba… o dos, no tres litros).

No parece sensato, sano ni decente, promover el consumo de drogas, entendiendo por ellas todo aquello que disminuya, altere o de plano elimine el control del acto voluntario de las personas. Lo que es de locos es prohibirlas y penar desde su producción hasta su consumo. Y el ejemplo de siempre: el alcohol… sí, es droga, sin duda y nadie (excepto en algunos países islámicos), tiene con miedo o vergüenza una botella de un buen destilado de agave o si plano no hubo mejor, una de champaña. Hay alcohólicos, sí, y también hay quien se ahorca con el mecate del tendedero y no se va a prohibir ni el alcohol ni las cuerdas. Cada quien. Lo que sí debe hacer la sociedad (a través de su gobierno), es poner reglas: no se puede andar ebrio por la calle, ni manejar el auto, muy correcto, pero puede ponerse la bolera de su vida, pedir un taxi (y rogarle a Dios lo lleve a su casa sano y salvo, porque borracho le pueden hacer lo que quieran… sí, ‘eso’ también: cuidadito damas y caballeros… sí, caballeros también).

Lo curioso es que entre los de nuestra especie, es igual el afán de placeres que el placer de prohibirlos (caso de trabajo, de hace 3,500 años, más o menos, los mandamientos 6 y 9 de la Ley mosaica, no fornicar, no desear a la mujer de otro… ajá, sí, claro). Si le interesa, léase ‘Historia general de las drogas’, Antonio Escohotado, para que se divierta con las prohibiciones (temporales) que en algunas partes del mundo ha habido contra el vino, el café, el tabaco; y el mate.

La corretiza mundial contra las drogas ha producido tres fenómenos: carretadas de dinero, lagos de sangre y un innegable incremento de consumo. Es una necedad (otra) de los yanquis por racismo, xenofobia y control político, declarado abiertamente por John D. Ehrlichman, asesor de política interior de quien acuñó la frase ‘guerra contra las drogas’, para corretear negros, mexicanos y opositores a la guerra de Vietnam: Nixon.

Las drogas no son buenas. Está claro. Tampoco el chocolate si se come usted tres kilos diarios.

Consumidores de drogas hay de toda calaña y algunos de alto pelaje, por ejemplo (sin detalles, no hay espacio): Charles Dickens, Oscar Wilde, Arthur Conan Doyle Lord Byron, Keats, Lord Tennyson, Nietzsche, Shakespeare, Goethe, Heine, Jean Cocteau, Jean-Paul Sartre, Aldous Huxley, Baudelaire, Sigmund Freud, Berlioz, Beethoven, Schumman, Bernstein, Wagner, Stravinsky… y tantos, tantos otros. Ninguno sacó nada bueno de lo que se metían, pero sirvan para ilustrar que no es equivalente droga con una babeante piltrafa humana tirada en un callejón. Y si incluyéramos a los famosos que empinaron el codo mucho más allá de lo socialmente aceptable, nos llevaríamos una sorpresa inmensa.

El consumo de toda droga, debe sujetarse a normas, ha quedado dicho, pero esta locura persecutoria debe parar, recuerda la paranoia contra la brujería. Cada persona es muy libre de masticar vidrio, el gobierno no es nuestro papá; cada familia sabrá si cuida de los suyos; cada sociedad lidiará con las drogas como hasta ahora ha hecho, menos bien o menos mal, igual que con el juego enfermizo (la ludopatía), que no hace que se prohíba imprimir barajas. Cada quien.

Nuestra esperpéntica situación es que si milagrosamente, en un arranque de cordura inesperable, se derogaran todas las leyes que prohíben las drogas, seguimos con un problema real y grave de inseguridad. Las grandes y poderosas bandas del narcotráfico se atomizaron gracias a la imbécil firma del Plan Mérida y ahora tenemos hatajos de criminales de la peor estofa vendiendo basura en las calles, extorsionando comerciantes de todos tamaños, explotando personas, traficando migrantes y matando a discreción, sin piedad, con armas que les vende el que les compra la droga, les lava su dinero y nos truena los dedos para que les resolvamos su problema, sin que deje de fluir la droga, porque los EUA sin droga, revientan, de modo que sí, pero quedito.

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