28 de marzo de 2024

Suicidio oral: La Feria

SR. LÓPEZ

Por las fotos se daba uno cuenta que la tía Lola sí había sido la más hermosa de toda la familia materno-toluqueña de este su texto servidor. Ya muy mayorcita de edad, aún se le notaba qué armas portó de joven. Y la tía Lola fue solterona, vivía sola, jamás comía fuera de su casa (cocinaba ella), para tomar un medicamento pedía varias opiniones y nunca salió sola a la calle (le sobraban sobrinos que hacían de custodios). Era más desconfiada que nuestra madre Eva después de la bromita de la serpiente. Nunca tuvo novio y decía la abuela Virgen (la de los siete embarazos), que ni un beso había dado en la vida por miedo a alguna infección. De remate, tía Lola se encargó de dejar muy claro que su testamento valía solo si cuando pasara al definitivo estado de fiambre, la velaban hasta que el hedor probara que sí estaba muerta, porque no confiaba en lo que dijera su acta de defunción. No le hicieron caso… por andar confiando.

No se vaya a ofender, pero váyase enterando: usted es un crédulo que confía en quien ni conoce y hasta su vida pone en manos de reverendos desconocidos de los que no sabe si son sociópatas, asesinos seriales o impíos guasones a los que herir a otros no importa.

¿No lo cree?… ¿le parece que este junta palabras le está faltando al respeto?… bueno, para ahorrarle explicaciones, tomemos el atajo de los ejemplos:

Usted y cualquiera, este menda incluido, salimos a la calle sin llevar al hombro una escopeta cuata, cargada y amartillada; sabemos que nos cruzaremos con mucha gente, personas que no conocemos, y ni siquiera nos planteamos que alguien de repente, nos salte a la espalda para cosernos a puñaladas. Claro que aquellos que gozan de las ventajas de vivir en grandes metrópolis sí van por la calle con cierto recelo, pero de ahí no pasa y en general, las personas no caminan con un revólver en cada mano.

También nos sentamos a la mesa en cualquier restaurante y nos comemos lo que nos sirven (supuestamente lo que pedimos, no siempre), y no masticamos con miedo a que le hayan revuelto vidrio molido a las albóndigas. Confiamos.

Asimismo, suponemos que el señor vestido de blanco que nos receta algo, es médico y nos zampamos lo que nos prescribió sin saber si es el enfermero o un carnicero bromista: para uno es el médico, es la medicina, y suponemos que nos curará. A veces sí, a veces no.

Pensará que son casos extremos. No. Así vivimos, confiando. La mejor madre compra la leche para sus hijos y se las da sin temor a que esté reforzada con estricnina. Los amigos brindan con lo que les pusieron en sus copas y aunque se sepa que hay casos de alcohol adulterado, la levantan y se la echan al gañote diciendo: ¡Salud!

Así es como vivimos las personas: confiando. Uno sabe que es hijo de su papá porque eso le dijeron desde chiquito… pero no le consta. Y los señores celebran el nacimiento de un hijo sin tener en la bolsa el resultado de los análisis de ADN.

Confiar es algo tan natural que no recapacitamos en ello. La confianza mutua y colectiva es lo que permite que cualquier sociedad funcione. Es tan consustancial a la convivencia que nadie reflexiona en el valor que implica cruzar la calle confiando en que ningún automovilista detenido ante la luz roja del semáforo, dará un acelerón cuando este uno frente a su coche, por serle irresistible la tentación de hacer papilla al prójimo. Hasta los perros cruzan confiados.

Sí, la confianza es una constante en la vida cotidiana de todo mundo, tal vez la más importante. Por eso es noticia cuando una abuelita estrangula un nieto (o un médico envenena pacientes). Por lo mismo es un agravante de delitos muy feos la condición de parentesco o el ser ministro de algún culto: la gente tiene derecho a confiar completamente en algunas personas, por lo que representan, y violar esa confianza es muy grave.

Mentir es una manera obvia de traicionar la confianza de los demás, aunque no toda mentira es digna de que se rasgue nadie las vestiduras. No da el espacio para entrar en detalles y además, todo mundo distingue una mentirita boba que no amerita ni reproche, de una mentira criminal digna de causa judicial.

Sin embargo, debe destacarse que en México y el resto del planeta, no hay ley que tipifique la mentira oficial, la que dicen los jefes de Estado y funcionarios misceláneos. Se persigue robar al erario, sí, pero no robar la esperanza de la gente. Y esto sin dejar de aceptar que el correcto ejercicio de la función pública y del nobilísimo oficio de la política, implica, necesariamente, mentir, mentir para preservar los secretos de la nación, para proteger sus intereses, pero no, nunca, mentir en beneficio personal del político, esa es la diferencia.

Alivia el alma oír a un Jefe de Estado decir que una guía de su conducta es no mentir, no robar, no traicionar. Dejando de lado que hay ladrones que dañan menos a su país que quienes sin robarse un centavo malgastan los caudales de su nación, sus ahorros, sus fondos de reserva, sus fideicomisos públicos, dejando eso, es válido empatar la mentira con la traición.

Sería largo enlistar las mentiras graves que difunde nuestro gobierno federal actual, particularmente el Presidente. No es ataque infundado. La realidad no puede equivocarse, la realidad ‘es’, y cuando la palabra está reñida con la realidad, la palabra es falsa. Sí, siempre.

Por mal fario tocó a este Presidente una pandemia que tiene al mundo aterrado, pero fue su decisión manipularla políticamente y ordenar o permitir que la autoridad de salud mienta. Y es su decisión no redirigir la acción de su gobierno ni siquiera ante ya más de cien mil muertos, ni por el apremio de la Organización Mundial de la Salud, ni por la EVIDENCIA de tener casi el porcentaje cuádruple de muertes que el resto de países. Esto es traicionar la confianza masiva que le tuvieron los 30 millones 113 mil 483 que votaron por él.

Lo peor es que hay especies de mentira incorregibles. Qué triste pero qué cierto, hay de esos para los que la verdad sería un suicidio oral.

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