18 de marzo de 2024

Teatro: La Feria

SR.LÓPEZ

Tía Tinita (Ernestina, lado materno toluqueño), era muy querida y muy temida, lo primero por buena que era, lo segundo por sus terribles metidas de pata, aunque sin maldad; para que me entienda, a una de sus sobrinas -cuyo primer hijo fue un robusto bebé al que iban a ponerle Lino-, delante del marido de la orgullosa mamá, dijo: -¡Qué chistoso!, como a tu primer novio, ¿verdad? –lo bautizaron Adán… ni una letra de Lino. Otra fue cuando tía Susanita celebró con su marido el 50 aniversario de matrimonio y saliendo del templo en que les hicieron su misa, tía Tinita le preguntó delante de todos: -¿Pero cuándo fue la boda? –y sí, nunca se habían casado, pero eso no lo supieron hasta ese momento sus hijos, que sí creían que su papá era agente viajero (nomás iba a su casa dos días entre semana).

Ayer, la nación contempló estoica el desfile conmemorativo de la Revolución Mexicana -en el Zócalo de la CdMx-, iniciado por un contingente cómico que escenificó la Conquista (con actores disfrazados de guerreros jaguar y otros, de huestes españolas… no, no hubo tlaxcaltecas); luego, en coherencia con esa peculiar visión de la Revolución, otro grupo recreó la Independencia, con su Miguel Hidalgo y toda la cosa; seguido por la Guerra de Reforma (Juárez se apunta a todas); y por fin, los actores que hicieron de revolucionarios, aunque exageraron llevando hasta el cardenismo la remembranza, pero, en fin, nos quedó clara una cosa: los organizadores, sin pudores ni miedo al qué dirán, tenían (sí o sí), que hacer alusión a las tres anteriores transformaciones del país, porque estamos en la cuarta, la mera buena. De veras, de lo sublime a lo ridículo hay muy poca distancia.

La Revolución empezó sin desairar nuestra vocación por el sainete con fecha y hora de inicio publicada, pues Madero, en su Plan de San Luis invitó a los mexicanos a levantarse en armas el domingo 20 de noviembre a las 6 de la tarde (¡puntualitos!). Nada más que no tomó en cuenta la impuntualidad nacional y ese día no pasó gran cosa. Ya luego sí se armó bien el borlote (gracias a nuestra inveterada vocación al desmadre).

Pero, ‘haiga sido como haiga sido’ (diría el clásico), la Revolución terminó el 21 de mayo de 1911, al firmarse los Tratados de Ciudad Juárez, en los que Díaz y Madero quedaron en suspender la tanda de balazos (y terminaron los combates entre tropas porfiristas y revolucionarias). Luego Díaz renunció a la presidencia, se trepó al Ypiranga en Veracruz y Madero entró a la capital nacional el 7 de junio de 1911; en octubre fue elegido presidente con Pino Suárez de vicepresidente, asumieron el poder el 6 de noviembre, gobernaron como pudieron (mal), y los asesinaron a ambos un año tres meses y 16 días después, el 22 de febrero de 1913 (ese sí fue golpe de Estado).

Nuestra Revolución se presenta como una gesta ejemplar por la pureza de sus propósitos, el horrible yugo del que nos liberó y los altísimos valores que la inspiraron… bueno, sin comentarios, pero a partir de febrero de 1913 lo que siguió no fue ‘Revolución’, a menos que cuente así por haberse agarrado a tiros entre ‘revolucionarios’ en una interesante rebatiña por el poder que se resolvió con todos matándose entre todos: Carranza a Zapata; Obregón a Carranza y Villa; Calles a Obregón y Calles fue exiliado por Cárdenas (que no le agarró nunca el gusto a la sangre).

Por la necesidad de hacer gesta de un pleito entre improvisados, militares, militarotes y bandoleros que fueron a ver qué sacaban (y sacaron), se agiganta y se dicen cosas como que costó un millón de vidas… y no: murieron en combate por ahí de cien mil. El millón salió de comparar a lo pelón las cifras del Censo de 1910 con el de 1921 cuando contaron solo a 14 millones 334 mil 780 resignados nacionales, 825,589 menos que en el censo anterior (¡vivos los queremos!… no, entonces no se hacían lemas), sin considerar que en 1918 la epidemia de gripe española (influenza), se escabechó a cerca de 450 mil, más los que se largaron del país, los que murieron de hambre y enfermedades; en resumen: no exageren.

Pero como sea, sorprende el número de muertos que la guerra al narco ha provocado: cerca de 300 mil (a abril de 2018, el total de homicidios era 250,547; súmele hasta el día de hoy). Y a nadie se le mueve el copete.

México, después de la Revolución, sí cambió y para bien: salimos con una Constitución muy presentable, obtuvimos estabilidad política desde Cárdenas (1934-1940), y el mundo habló del ‘milagro mexicano’, lo que bien vistas las cosas nos debía ofender, digo, considerar milagro que nos hayamos puesto a trabajar, progresar y tener gobernantes con la cabeza en su sitio (hasta los 70’s, no se entusiasme).

Igual, ayer, para confirmar nuestros usos políticos, se hizo esa representación histórico-histriónica en el Zócalo. Está bien, hay que nutrir el civismo nacional, no hace daño creer que fueron gigantes, santos y mártires. Total.

Lo que resulta interesante es que coincidiendo, ayer la prensa nacional le publicó a nuestro gobierno lo que dijo la calificadora Standard and Poor’s: “Si la administración de AMLO no logra abordar de manera efectiva los desafíos del país y cumplir sus promesas, existe el riesgo de que el pobre crecimiento económico persista…”; o sea, en plan pesimista en día de fiesta. ¡Caray!

Y publicaron aparte que según la encuesta Gallup, de entre todos los países de América Latina y El Caribe, en seguridad pública estamos en el penúltimo lugar (solo nos gana Venezuela), pero para que haya crecimiento y bienestar, debemos tener seguridad pública y vamos empeorando.

Sabido es que la política actual es de voy derecho y no me quito, pero algo debería decirle al gobierno que para que fuera posible el primer desfile de la 4T conmemorando la Revolución, se haya tenido que blindar el Zócalo con centenares de soldados y policías, aparte de los que vistieron de civiles para mezclarse con la gente. No es buena señal. Antes (ya que les gustan las comparaciones), sabían hacer su teatro.

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