26 de abril de 2024

¡Viva el socialismo!

José Antonio Molina Farro/ GMx

“Si yo no respondo por mí, ¿quién lo hará? Pero si sólo respondo por mí ¿soy aún yo?”

Talmud de Babilonia

Thomas Piketty, célebre por su autoría de El capital en el siglo XXI, hace un intento serio por salir de su torre de marfil con ideas que no han envejecido. Cuenta en el prefacio de esta colección de sus columnas, publicadas en Le Monde: “Pertenezco a una generación que no tuvo tiempo de dejarse seducir por el comunismo y que se hizo adulta constatando el fracaso absoluto del sovietismo”… en la década de 1990 fui más liberal que socialista…y no soportaba a los que se negaban a ver que la economía de mercado y la propiedad privada eran parte de la solución. Treinta años después, estoy convencido de que hay que pensar en la superación del capitalismo, en una nueva forma de socialismo, participativo y descentralizado, federal y democrático, ecológico, mestizo y feminista”.

Desde hace mucho tiempo, quien esto escribe es un convencido de que la virtud cardinal del capitalismo y clave de su sobrevivencia pese a las cíclicas y multiformes crisis, es que genera una tensión que es, a la vez, constructiva y destructiva, no se fosiliza en un modelo único, es proteico y reinventa el movimiento perpetuo. A diferencia de Bernstein, padre de la Social Democracia, el siempre polémico Carlos Marx sostenía que con cada crisis el capitalismo se debilita, por su parte, Bernstein afirmaba enfático que, por el contrario, las crisis lo fortalecen. Y si bien la historia no ha acabado, el hipercapitalismo y su modelo, la economía de mercado, siguen vivitos y coleando, siempre adaptados a las condiciones muy particulares de cada país.

Para Piketty el término socialismo es el más apropiado para designar la idea de un sistema económico alternativo al capitalismo, en cualquier caso, agrega, “uno no puede contentarse con estar en contra del capitalismo o del neoliberalismo, hay que estar también (a favor de) otra cosa, lo que exige definir con precisión el sistema económico ideal, la sociedad justa que uno tiene en mente, sea cual sea el nombre que decida darle (…) Es un lugar común decir que el capitalismo no tiene futuro, ya que profundiza en las desigualdades y agota el planeta. Esto no es falso, pero a falta de una alternativa concreta, el actual sistema tiene todavía muchos días por delante”. Me detengo en este párrafo por considerarlo sustantivo y nada menor. Suele hablarse mucho en nuestro país, del viejo régimen y de la transición a un nuevo régimen político. Se habla de una “democracia mestiza”, con ingredientes que estimulan la participación política en coexistencia con actitudes autoritarias y demagógicas. Incluso The Economist habla de un “régimen híbrido” que cruzó el umbral de una democracia imperfecta y va en camino al autoritarismo. Sin embargo de ello y en toda esta vorágine discursiva y de jugosas ideas, yo no advierto algo sustantivo, medular. Los bandos contrapuestos no alcanzan a definir el significado de régimen político. Hay visos en las acciones de gobierno, dicen mucho, cierto es, pero es preciso aclarar si se busca cambiar las instituciones y leyes que permiten la organización del Estado, la reglas para acceder al poder, ejercerlo y abandonarlo o concluirlo, o quizá cambiar nuestra forma de gobierno como una república representativa, democrática, federal y laica, como lo señala el Artículo 40 de la Constitución. Si es así, decirlo sin rubor y con todas sus letras. Informar, definir, iluminar, para que en su caso, el propósito -despropósito para algunos- se convierta en ánimo social. La palabra, el vocablo, su sentido y categoría gramatical tan pervertidos, tan indefinidos. Cuán importante es hoy recuperar su unidad léxica.

Vuelta a Piketty. Las desigualdades se han reducido considerablemente desde una perspectiva de largo plazo, gracias a las políticas sociales y fiscales puestas en marcha durante el siglo XX. “La historia demuestra que la desigualdad es esencialmente ideológica y política no económica o tecnológica”. Difícil sostener este aserto, particularmente en América Latina. Por su parte, también a mi juicio, una deficiencia, o mejor, insuficiencia de las crónicas de Piketty es que centra básicamente sus ricas reflexiones sobre el capital monetario, la distribución de la riqueza, el impuesto a la propiedad y las sucesiones, etc. en la realidad europea, sin dejar de reconocer que aborda con mucha consistencia cuestiones universales como la sociedad patriarcal, la brecha salarial entre sexos y la importancia de romper con el patriarcado con medidas vinculantes, verificables y sancionables jurídicamente en el ámbito de las empresas, administraciones, universidades y parlamentos políticos. El medio ambiente y los mecanismos no tan sutiles de dominación son también temas de interés global que aborda el autor. El socialismo participativo que defiende el “economista más leído de todos los tiempos”, según la Editorial Ariel, no vendrá de arriba. “El verdadero cambio sólo puede venir de la reapropiación por parte de los ciudadanos de las cuestiones e indicadores socioeconómicos que nos permitan organizar la deliberación colectiva”. Yo agregaría, generar una pedagogía de la deliberación democrática, nuevas creencias, nuevas esperanzas, trascender el hoy y pensar, repensar el mañana.

P. D.

Agradezco a mi amigo Juan José Zepeda Bermúdez, Presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, este libro gratificante que sustenta la columna.

 

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